La densa arboleda del otro lado del rio, en aquellas noches de plenilunio, parecian nubosidades grisaceas, neblina, de la cual en cualquier momento emergerian dantescas y fantasmales figuras, que nos perseguirian, y de las cuales no podriamos escondernos.
Ese era mi infantil pensamiento cuando miraba frente a mi casa, a el otro lado del rio, a traves de la ventana abierta mientras trataba de conciliar el sueño.
Todo era debido a algunos de los cuentos que a mi mama le fascinaba contarnos, algunos de los cuales eran terroríficos.
Pero lo que mas nos inquietaba a todos los niños que vivìamos en la orilla del rio Monclova, era las historias que nos contaban los adultos, acerca de la Llorona.
Segùn nos contaban, iluminados solo con la luz de velas o un viejo quinquè, hacia muchísimos años, unas brujas habían asolado la ciudad, y tenían sus reuniones en el rio, justo enfrente de nuestras casas, entre la calle que hoy se llama Pedro Aranda, y el Callejòn del Diablo. Segùn esta historia contada desde muchísimo tiempo atrás, las brujas habían asesinado, mediante sus artes oscuras, a los hijos de una mujer que vivìa en las orillas del rio como Nosotros. Desde entonces, el espíritu de la mujer, una silueta blanca, con un vestido cubierto de velos, que parecía destellar luz propia, recorrìa todo el camino de la orilla del rio, gritando y llorando desesperada en busca de sus hijos. Nos decían que si había algún niño después de las 12 de la noche cerca del rio, la Llorona se lo llevarìa pensando que era alguno de sus hijos.
En ese tiempo, esa parte de la ciudad, a pesar de estar muy cerca del centro, era una zona con calles sin pavimentar, la misma ribereña era solo una línea de tierra colindante con el rio, los patios de las casas de la orilla daban directamente al rio, pues no había un camino trazado para el paso de vehículos. Por las noches, la completa oscuridad cubrìa la zona, y la densa vegetación daba un aspecto tétrico a nuestras noches de infancia. Solo algunos vecinos adultos, se atrevìan a ir al rio por las noches a refrescarse en sus aguas, alumbrados por velas y quinquès.
Con el paso del tiempo desechè aquellos temores infantiles, llegó la modernidad y la ribereña fue pavimentada convirtiéndose en la Avenida Constituciòn, llegó también el alumbrado público y el rio se iluminò con la luz artificial. Sin embargo, aùn hoy vecinos noctámbulos, o personas que van de paso, prestan oído atento cuando un lastimero llanto se escucha como un eco a lo lejos. Solo la reverberación en el tiempo de la historia que no morirà de una mujer vagando por la orilla del rio en una eterna búsqueda que no terminarà jamàs.
Alejandra Sanchez Cruz
Ese era mi infantil pensamiento cuando miraba frente a mi casa, a el otro lado del rio, a traves de la ventana abierta mientras trataba de conciliar el sueño.
Todo era debido a algunos de los cuentos que a mi mama le fascinaba contarnos, algunos de los cuales eran terroríficos.
Pero lo que mas nos inquietaba a todos los niños que vivìamos en la orilla del rio Monclova, era las historias que nos contaban los adultos, acerca de la Llorona.
Segùn nos contaban, iluminados solo con la luz de velas o un viejo quinquè, hacia muchísimos años, unas brujas habían asolado la ciudad, y tenían sus reuniones en el rio, justo enfrente de nuestras casas, entre la calle que hoy se llama Pedro Aranda, y el Callejòn del Diablo. Segùn esta historia contada desde muchísimo tiempo atrás, las brujas habían asesinado, mediante sus artes oscuras, a los hijos de una mujer que vivìa en las orillas del rio como Nosotros. Desde entonces, el espíritu de la mujer, una silueta blanca, con un vestido cubierto de velos, que parecía destellar luz propia, recorrìa todo el camino de la orilla del rio, gritando y llorando desesperada en busca de sus hijos. Nos decían que si había algún niño después de las 12 de la noche cerca del rio, la Llorona se lo llevarìa pensando que era alguno de sus hijos.
En ese tiempo, esa parte de la ciudad, a pesar de estar muy cerca del centro, era una zona con calles sin pavimentar, la misma ribereña era solo una línea de tierra colindante con el rio, los patios de las casas de la orilla daban directamente al rio, pues no había un camino trazado para el paso de vehículos. Por las noches, la completa oscuridad cubrìa la zona, y la densa vegetación daba un aspecto tétrico a nuestras noches de infancia. Solo algunos vecinos adultos, se atrevìan a ir al rio por las noches a refrescarse en sus aguas, alumbrados por velas y quinquès.
Con el paso del tiempo desechè aquellos temores infantiles, llegó la modernidad y la ribereña fue pavimentada convirtiéndose en la Avenida Constituciòn, llegó también el alumbrado público y el rio se iluminò con la luz artificial. Sin embargo, aùn hoy vecinos noctámbulos, o personas que van de paso, prestan oído atento cuando un lastimero llanto se escucha como un eco a lo lejos. Solo la reverberación en el tiempo de la historia que no morirà de una mujer vagando por la orilla del rio en una eterna búsqueda que no terminarà jamàs.
Alejandra Sanchez Cruz